miércoles, 4 de junio de 2014

URSULA VISITA A AURELIANO BUENDIA.

Había órdenes superiores de no permitir visitas a los condenados a muerte, pero el oficial asumió la responsabilidad de concederle una entrevista de quince minutos. Úrsula le mostró lo que llevaba en el envoltorio: una muda de ropa limpia los botines que se puso su hijo para la boda, y el dulce de leche que guardaba para él desde el día en que presintió su regreso. Encontró al coronel Aureliano Buendía en el cuarto del cepo, tendido en un catre y con los brazos abiertos, porque tenía las axilas empedradas de golondrinos. Le habían permitido afeitarse. El bigote denso de puntas retorcidas acentuaba la angulosidad de sus pómulos. A Úrsula le pareció que estaba más pálido que cuando se fue, un poco más alto y más solitario que nunca. Estaba enterado de los pormenores de la casa: el suicidio de Pietro Crespi, las arbitrariedades y el fusilamiento de Arcadio, la impavidez de José Arcadio Buendía bajo el castaño. Sabía que Amaranta había consagrado su viudez de virgen a la crianza de Aureliano José, y que éste empezaba a dar muestras de muy buen juicio y leía y escribía al mismo tiempo que aprendía a hablar. Desde el momento en que entró al cuarto, Úrsula se sintió cohibida por la madurez de su hijo, por su aura de dominio, por el resplandor de autoridad que irradiaba su piel.

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