Después de tres días de llanto, oyó claramente la
voz de su hijo muy cerca del oído. «Era Aureliano -gritó, corriendo hacia el
castaño para darle la noticia al esposo-. No sé cómo ha sido el milagro, pero
está vivo y vamos a verlo muy pronto.» Lo dio por hecho. Hizo lavar los pisos
de la casa y cambiar la posición de los muebles. Una semana después, un rumor
sin origen que no sería respaldado por el bando, confirmó dramáticamente el
presagio.
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