De este modo, la
visita tanto tiempo esperada, para la que ambos habían preparado las preguntas
e inclusive previsto las respuestas, fue otra vez la conversación cotidiana de
siempre.
Cuando el centinela
anunció el término de la entrevista, Aureliano sacó de debajo de la estera del
catre un rollo de papeles sudados. Eran sus versos. Los inspirados por
Remedios, que había llevado consigo cuando se fue, y los escritos después, en
las azarosas pausas de la guerra.
«Prométame que no
los va a leer nadie -dijo-. Esta misma noche encienda el horno con ellos.»
Úrsula lo prometió y se incorporó para darle un beso de despedida.
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